Pocas personas creían que Saúl Canelo Álvarez podría vencer a Floyd Mayweather Jr. en su pelea de 2013. Lo daban por muerto y con razón. Pero alguien confiaba plenamente en la victoria del mexicano a ojos cerrados: Gennady Golovkin. El campeón del mundo mediano sustentó su decisión en el vínculo que lo unía a Canelo: “Es mi amigo, es mi hermano”, dijo en entrevista con ESPN. (Autor: Omar Hernández)

Hoy nada queda de eso. Álvarez perdió la pelea con Money como era de esperarse, pero desde entonces nadie ha sido capaz de vencerlo. Solo un hombre estuvo cerca de hacerlo. Los jueces le dieron un empate y una derrota a Golovkin en sus dos peleas contra la superestrella mexicana. Ambas peleas le devolvieron lustre al boxeo, pero nadie quedó conforme.

La trilogía se pospuso por cuatro años. Durante este tiempo, Álvarez certificó su hegemonía en el boxeo actual sin convencer al juez más importante de todos: el público. Triple G volvió a ser campeón del mundo, pero en el camino dejó las dudas propias de quien ha dicho adiós a su mejor momento. Ambos necesitan legitimidad y solo pueden encontrarla de una forma: con una tercera pelea como epílogo.

Pero hoy es diferente. Hay odio de por medio. No es por el dinero, que es mucho, ni el brillo del oro. Se trata de una disputa personal. La diplomacia se agotó y el respeto sólo existe como un lindo recuerdoCanelo Álvarez y Gennady Golovkin se detestan con el odio irreconciliable que solo puede emanar de una amistad fracturada. Son el némesis perfecto en la vida del otro.

Tenían que encontrarse tarde o temprano, a pesar de que ambos recorrieron senderos totalmente diferentes. Mientras Canelo fue desde los 17 años el niño de oro del boxeo mexicano, Golovkin tuvo que pelear encarnizadamente para dejar de ser ignorado. Mientras el mexicano ganaba fama y dinero sin todavía desarrollar todo su potencial, el kazajo tenía que soportar el ardor de ver pasar frente a su cara el éxito ajeno.

Todo comenzó con una sesión de sparring en 2011. Álvarez ya era campeón del mundo superwelter, pero ese día el ring fue de Golovkin.“Era claro que Álvarez no podía igualar la fuerza ni el poder de Golovkin”, escribió años más tarde Doug Fischer, editor de The Ring presente en el gimnasio de Abel Sánchez el día del sparring.

Incluso ya como campeón del mundo, Triple G sufrió un duro golpe de realidad. No vendía ni con todo el poder que anidaban sus puños. En la vereda de enfrente era distinto. Canelo retacaba arenas por doquier. Cuando ambos se conocieron, el camino ya estaba trazado pero faltaba recorrerlo. La joya con dinero y brillo en busca de credibilidad y el talentoso infravalorado en busca de reflectores.

En 2015 la inercia había hecho su trabajo. Una pelea entre los dos ídolos nacionales de sus respectivas latitudes era inevitable. Mutuamente escuchaban sus nombres y se retaban. Golovkin hacía pedazos a todos su rivales y Álvarez había derrotado a Miguel Cotto en una pelea cerrada que, sin embargo, demostró que el mexicano no tenía nada que envidiarle a los jefes del boxeo Las negociaciones tardaron mucho tiempo en llegar al punto deseado. Esos dos años de espera fueron el estímulo perfecto para el recelo.

Con su primera reyerta en septiembre de 2017 la bomba estalló. Golovkin dijo que él había peleado al estilo mexicano y que Canelo era un bailarín. Álvarez, por su parte, se declaró ganador indiscutido del combate. La revancha se aplazó debido a la única mancha deportiva en la carrera de Canelo: el positivo a clembuterol en marzo de 2018. El azteca recibió la menor sanción posible (seis meses), pues la sustancia entró a su cuerpo de manera accidental al comer carne contaminada. Fue la gota que derramó el vaso.

Si antes había respeto, y si todavía quedaban vestigios de la amistad que un día tuvieron, todo se rompió para siempre. Golovkin acusó a Canelo de no tener respeto por el boxeo y que la justificación de comer carne contaminada no era suficiente. Según Triple G, se trató de una excusa en la que un deportista de élite no podía caer. Las palabras hicieron hervir la sangre del siempre temperamental Canelo. “No tiene valor para hablar por sí mismo. Todo lo dice a través de Abel Sánchez (su entrenador)”, dijo el mexicano previo a la segunda pelea.

La pelea acabó con el debate. Canelo Álvarez venció por decisión mayoritaria. Sin embargo, en ambas ediciones hubo un consenso generalizado: los dos pudieron ser ganadores. Nadie reinó por encima del otro. La paridad repartida en 24 rounds enardeció a una fanaticada ávida de boxeo de verdad. Y eso fue lo que ellos ofrecieron.

Si todo sale como lo han planeado, Álvarez y Golovkin se verán las caras el próximo 17 de septiembre. Quieren cerrar el círculo que abrieron en 2011, cuando vieron el uno en el otro el reflejo de lo que necesitaban para alcanzar la gloria. Ya sin amistad de por medio, con el odio como combustible, esta pelea es personal. Canelo y Golovkin tienen una obligación con ellos mismos.

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