La primera vez que pisó un ring de forma profesional, Rubén contaba con 17 años, debuta en Cuernavaca, Morelos un 4 de enero de 1965, su rival otro debutante, Isidro Sotelo.

Suena la campana y de inmediato aquel flacucho novato de la bondojito (Tablas de San Agustín, donde se crió y se hizo boxeador), se convierte en un perro rabioso lanzando ráfagas de golpes que como mordiscos que laceraron y acabaron en segundos con la humanidad del rival, que no supo que le pasó por encima, solo esperó tirado a la cuenta de 10 segundos, ese fue el debut y despedida de Isidro Sotelo. No quiso saber ya nada del boxeo, menos habiendo peleado con ese pequeño demonio de tazmania. Pero también esa noche nacía un ídolo y un estilo que llevaría a lo más alto del boxeo nacional y mundial al gran «Púas».

Rebén Olivares

Rebén Olivares

Un estilo que semejaba a una máquina de lanzar golpes de todos colores y sabores, con un poder descomunal, capaz de acabar con un solo golpe al más fuerte de sus rivales, un guerrero que se lanzaba como fiera contra sus adversarios sin importar recibir golpes, pero con la gran virtud de saber quitárselos con una maestría impresionante. Olivares boxeaba y caminaba sobre el ring como si hubiese nacido arriba de él con los guantes puestos.

Todo un maestro de los encordados, nadie como el «Púas», el boxeador de barrio, carismático, idolatrado, aplaudido y vitoreado tanto en sus triunfos como en sus derrotas, porque ganando o perdiendo siempre dejaba alma vida y corazón sobre el ring, eso se le reconocía y por lo mismo la raza lo admiraba y le perdonaba todo, él fue y sigue siendo el verdadero ídolo del pueblo.

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